El Fiscal

El amor incondicional por la hermandad

  • En la muerte del soleano Manuel Rodríguez

Manuel Rodríguez.

Manuel Rodríguez. / M. G. (Sevilla)

Formó parte de la generación de cofrades sevillanos que fueron testigos del Concilio Vaticano II y su influencia en la Semana Santa, el posterior boom de los años ochenta y noventa y el enorme crecimiento que han experimentado una fiesta que va más allá de siete días. Manuel Rodríguez murió el jueves a los 77 años. Nadie podrá dudar de su condición de cofrade como la forma idónea que eligió de ser católico. Tampoco nadie podía cuestionar su profundo amor por la Semana Santa y su conocimiento de todo lo que concierne a la fiesta principal de la ciudad.

Dominaba la logística cofradiera a la antigua usanza, con esa medida que tanto se echa en falta hoy, y estaba al mismo tiempo más que comprometido con las obras sociales, que seguro que estos últimos años son las que más le han podido enriquecer desde un punto de vista personal. Por encima de todo siempre estuvo el amor por su cofradía de la Soledad de San Lorenzo, el celo que ponía en todo lo relacionado con su hermandad y la devoción al Santísimo Sacramento, al que tantas veces acompañó cuando se trataba de llevar la comunión a los impedidos de la parroquia en esas mañanas de domingo, tiros largos, cera roja, faroles repujados, niños pajes y servidores, custodia alzada para la bendición...

Sí, fue delegado por dos veces del Consejo General de Hermandades siempre con eficacia y dedicación, pero quizás no fue lo más sustancial en una trayectoria de las que cada vez se echan más de menos, porque la suya fue una vida marcada por el amor a la hermandad con independencia de las circunstancias. La hermandad por encima de todo. Brille para este soleano la luz perpetua de cualquier mañana luminosa de la plaza de San Lorenzo. En Sevilla sabemos que al final de todo lo bueno siempre está la Soledad. Esa es nuestra más segura Esperanza.