España

Anatomía de un debate

  • Un debate a dos en la televisión es, sobre todo, un espectáculo, y gana quien no se crispa, maneja mejor el formato y parece más confiable

  • Las mentiras solamente pesan en la mesa del forense

Sánchez y Feijóo posan para los fotógrafos antes del debate

Sánchez y Feijóo posan para los fotógrafos antes del debate / Juanjo Martín / Efe

Quien se crispa en un debate, pierde. Quien parece enfadado, pierde. Quien no controla el formato, pierde. El que interrumpe peor de los dos, pierde. La suma de esas cuatro condiciones dibujan al candidato perdedor y el contrario resulta como el más confiable para presidir un país. Y al término del debate, ese fue con claridad Núñez Feijóo. Los debates y especialmente los cara a cara no se ganan, simplemente no se pierden. Son formatos volátiles, cargados de electricidad. Una sola chispa hace saltar por los aires la preparación más meticulosa. El PP llevaba preparada una traca inicial que le metió a Sánchez bajo los pies en el minuto uno y ya no dejó de bailar al son de su contrario, que lo anuló en las formas y notablemente en el fondo. Un cara a cara televisado es un espectáculo, un show. No es una sesión del Senado. Gustará o no, pero funciona así. La implacable lógica de la televisión impide fugas hacia territorios vinculados al puro raciocinio. Un cara a cara en la tele ante todo se ve. Después se oye. Y por último se escucha. Pero lo más importante es lo que se ve.

Oposiciones a notaría

Es un error extendido creer que un político va a un debate como quien se examina de las oposiciones a notario. De nada sirve recitar leyes y propuestas. Eso aburre a las ovejas. Los espectadores no se sientan ante el televisor esperando que le cuenten una retahíla de méritos y promesas, que además son el menú diario y conocido en una campaña. ¡Denle algo nuevo a la afición¡ Algo más suculento, diferenciador, más nutritivo, sorprendente, que imante, provoque o enamore. Pero no la lista de los reyes godos de lo que ha hecho el gobierno. Un cara a cara requiere sintetizar bien los logros en un par de ideas fuerza, representativas y nítidas, que se transformen en algo de carne y hueso. En gente. En algo tangible que los ciudadanos entiendan como beneficio percibido. Algo rápido, directo y caliente, sin obligarlos a descifrar de qué le hablan. Los políticos y sus asesores viven en un mundo propio jalonado de leyes, boes, decretos y proposiciones no de ley y llegan a creerse que ese lenguaje plomizo de linaje antiguo, le dice algo al común de los mortales. En un debate se necesita alma, no cifras. Hechos que ratifiquen por qué te deben votar. Ideas que seduzcan. El voto no es un ejercicio exclusivamente racional, las emociones desempeñan un papel superior. Hay gente de izquierdas que vota contra sus intereses fiscales. Y votantes de derechas beneficiados por políticas de izquierdas que volverán a apoyar al líder del PP. Es complejo y sencillo a la vez.

Las mentiras son para la autopsia

En un debate, los convencidos buscan confirmar su decisión. Los dubitativos persiguen la credibilidad. Quieren saber en quién pueden confiar por contraste. Las mentiras pesan menos que lo que transmiten las apariencias, el cuajo y la serenidad de cada candidato. Las mentiras se analizan al día siguiente y se chequean a fondo cuando ya no importan demasiado. Cognitivamente influyen muchísimo menos que lo que han visto en la pantalla. Las mentiras se procesan cuando ya son fiambre en un cuarto frío con luz azul. El cara a cara se celebra en una sala caldeada al rojo vivo, sin anestesia y poco oxígeno, y con cuchilladas que alcanzan al contrario. Muchos votantes prefieren un candidato que les parezca confiable aunque mienta “lo justo” que a uno desquiciado que solo diga verdades. La gestualidad pesa más que el rigor. El rigor es el mañana, un debate es a muerte súbita. Y la muerte súbita es ahora y en directo. Los restos del mañana, con su despiadado –aunque romo– chequeo de verdades y mentiras, se lo disputan los historiadores y los forenses.

Desmonte solo una falsedad y multiplíquela

Pedro Sánchez nunca pareció un presidente que defendía la posición. Incomprensiblemente no había preparado el escenario factible al que se enfrentó en el bloque económico. Y si lo había previsto, peor, porque no le sirvió de nada. Pronto se comprobó que no tenía antídoto para las afirmaciones de Feijóo. Un equipo no puede ignorar cuando prepara un debate que el contrincante va a emplear la misma táctica que lleva exhibiendo años y ha intensificado en campaña: la negación de tus datos e incluso de los hechos. Su mejor baza era defender sus hallazgos económicos, pero se dedicó a la negación sistemática de las afirmaciones del contrario sin una táctica que le permitiera desmontar al menos un dato ante los espectadores. Si desmontas con rigor una sola falsedad te atornillas ahí y percutes hasta convencer a los espectadores de que quien miente en una miente en cien. Decir que es mentira a todo lo que dice tu rival, quien a la vez dice lo mismo sobre lo que tú afirmas, lo remite todo a un ejercicio de fe de los votantes, que terminan por creer a su candidato preferido. A los indecisos los deja como estaban pero más confusos y por lo tanto agarrándose a las sensaciones, no a las razones. Error original del debate que condicionó el resto. El peor arranque de un debate de un presidente en la historia de los cara a cara. Dilapidó cualquier ventaja en ese bloque y ya fue a remolque.

El Alto de Puxeiros

Tuvo sus momentos Sánchez, claro. Pero no fueron lo suficientemente contundentes como para opacar lo que estaba ocurriendo en el plató, invadido por una bruma galaica como del alto de Puxeiros. Le faltó dibujar el futuro, dar esperanzas. Solo dio patadones, incapaz de zafarse de la celada. En el bloque de las políticas de género y violencia machista estuvo por encima pero no con el margen avasallador que debió conseguir frente a un candidato que pacta con un partido negacionista que está desmontando las estructuras específicas de Igualdad donde gobierna y, lo que es peor, frente a un Feijóo que fue incapaz de condenar que Vox se ausentara ese día de un minuto de silencio por el asesinato machista de una mujer en Valencia. Es inexplicable que el líder popular no pusiera distancia con Vox. Pero aun así, resistió rocoso en su posición. Para colmo, Sánchez recurrió a una técnica arriesgada: colocar en la mesa los temas totémicos de su rival contra él: el Falcon o Txapote. En un debate solo puedes recurrir a ese tremendismo si tienes una estrategia ganadora para revertir los latiguillos y que te termine favoreciendo el uso espurio que hace de ellos tu rival. Tampoco fue el caso.

¿Dónde estaba el líder?

Que el equipo de Sánchez preparó mal el debate es evidente. Posiblemente, además, el candidato tuvo un mal día, que le puede ocurrir a cualquiera, aunque hay que evitar que sea precisamente el día del cara a cara. Pero la experiencia política también debió rescatarle de un carrusel de muecas descentradas, de una posición corporal errática, del agarrotamiento permanente y de un movimiento de ojos que a veces parecían salirse de las orbitas.

En un cara a cara no se defiende tanto la gestión como las fortalezas de un líder al debatir con su oponente. Pasarse un debate interrumpiendo abruptamente no para contraponer una idea sino simplemente para evitar que se escuche lo que el otro tiene que decir es una táctica pésima, perdedora e impropia de alguien con la experiencia, la trayectoria y las cicatrices que lleva Sánchez en el cuerpo. Acabó el debate y no se vio a un líder socialista en el plató.

El PP sale del boquete, entra el PSOE

Feijóo, en cambio, parecía un presidente con oficio. Tiró de la experiencia de las cuatro mayorías absolutas en Galicia y le dio resultado. Supo mirar bien a los ojos a Sánchez, lo interrumpió mejor (el arte de interrumpir) y nunca perdió la serenidad. Usó el sentido del humor pero sin abusar ni caer en el sarcasmo, con finura. Y en todo momento parecía más confiable para entregarle el timón de la Bounty. Espantó de un manotazo las dudas, errores y confusiones previas. De repente no hubo fallos, parecía seguro y con la estrategia aprendida. Empezó ganando y terminó ganando. En medio solo hubo algún intercambio de espadazos con rédito para Sánchez (pactos con Vox, violencia machista...) Salió disparado del debate, no solo por las expectativas sino porque cambió la mirada mediática sobre su figura. Ganó en seguridad y cogió gasolina para la campaña. Se salió del boquete en el que estaba en la precampaña y metió al PSOE en él. Sánchez, como los salmones, de nuevo a tratar de remontar el río.

Manguerazos Feijóo

Muchos politólogos sostienen que Feijóo recurrió a lo que llaman Gish gallop, una técnica de debate que popularizó un líder del movimiento creacionista estadounidense utilizando una cascada reiterada de afirmaciones falsas para impedir que se escucharan los argumentos de los defensores de la teoría de la evolución humana cuando discutía con ellos. No se trata de colocar los mejores argumentos y con un ángulo inteligente e irrebatible sino de abrasar al oponente y confundirlo con datos engañosos, retorcidos o tergiversados de forma que se vea incapaz de rebatirlos. Sabiendo que Miguel Ángel Rodríguez, cedido por Ayuso para la liga electoral, fue su instructor, todo es posible.

Si lo explicáramos a la española, diríamos que Feijóo recurrió al manguerazo de San Mamés. Ya saben que los del Athletic regaban -o inundaban- el terreno de juego antes del partido ante rivales más técnicos para impedir que fluyera el juego que le perjudicaba y tuvieran que chocar las tibias en el barro bilbaíno. Manguerazos Feijoo. Muy del bocho, pero eficaz. Juego en el barro.

Fábrica de falsedades

¿Por qué se inventó Feijóo datos y hechos? Sí, algunos claramente: España no es el país que más gasta en importar gas ruso (ni siquiera es una decisión del Gobierno sino de las empresas comercializadoras); el juez no archivó el caso Pegasus por falta de colaboración de Sánchez sino de Israel; el PP no votó a favor del incremento de las pensiones, sino en contra; Galicia no fue la comunidad donde menos aumentó la deuda durante su presidencia; Podemos sí firmó el pacto de Estado contra la violencia de género, quien no lo firmó fue Vox; Sánchez no fue consejero sino miembro de la asamblea de caja Madrid (323 miembros) por lo que su participación en la quiebra de la caja es muy relativa, mientras que los populares Blesa y Rato presidieron la entidad y tuvieron responsabilidad directa y legalmente acreditada. Y así podríamos seguir, sin ni siquiera entrar en las afirmaciones de ámbito macroeconómico dado que la utilización de fuentes, el contexto comparativo o el cruce de datos podría convertirlas al menos en verdades relativas.

Con todo, el momento de mayor bajeza de Feijóo se llama Miguel Ángel Blanco. Es escalofriante que pusiera sobre la mesa el nombre de quien fue asesinado hace 27 años, con la intención de colocar al presidente del gobierno en el bando de los responsables de su asesinato. En efecto, hay gente en el PP, como el alcalde de Jaén, que piensa que Sánchez es “equidistante entre las balas y la nuca”. El error político de pactar con Bildu -por muy legal y legítimo que sea- admite pocas dudas y de hecho lo está pagando. Pero este doble tirabuzón encanalla cualquier debate democrático.

¿Quién nos protege de los líderes que deben protegernos?El valor de la mentira en política es un misterio. Todos mienten, aunque ahora lo llamen cambiar de opinión. Felipe González sostiene que durante sus años de gobierno pasó de la ética de los principios a la de la responsabilidad. Su quiebre más relevante fue el referéndum de la OTAN. Pasó de oponerse al ingreso de España a jugarse su carrera política en el empeño. No hay un solo presidente que no tenga en su hoja de servicios giros semejantes. Algunos parecen revestidos de la responsabilidad de Estado, otros son simple añagazas que persiguen intereses particulares o suplen necesidades para alcanzar el poder. Colar mentiras en un debate electoral pertenece a otra categoría. Pero la responsabilidad final está en manos de los ciudadanos, que dejan sin sanción esa forma de proceder. Si mentir cuando uno se está postulando para dirigir un país sale gratis - y está constatado que sí- abonémonos a lo peor. Cuando son los líderes los que propalan las fakes news – esa amenaza real a las democracias- quedamos todos al descubierto y nos preguntamos quién nos protege de los líderes que deberían protegernos.

El formato: periodistas como atrezzo

Un cara a cara en el que los periodistas no moderan, solo reparten juego y donde no chequean lo que se dice ni enfrentan a los debatientes a sus contradicciones y falsedades no es exactamente un debate periodístico. Los periodistas como atrezzo embellecen el plató, pero a efectos periodísticos son biomasa. Pero no es culpa de ellos. No es fácil chequear en directo un aluvión de datos y es contraproducente detener el debate a cada instante para pedir aclaraciones. Se convertiría finamente en un debate entre los políticos y los periodistas. Es más, si Atresmedia hubiera planteado al PSOE y al PP un fastchecking no lo habrían aceptado. Posiblemente no se habría celebrado el debate. ¿por qué renunciar a la ventaja de poder mentir sin reproche ni ridículo ni facturas?

EEUU, la casa de los debates

En Estados Unidos existe desde 1987 una Comisión de debates presidenciales, creada por acuerdo entre los demócratas y los republicanos. Primer hito antiespañol: un acuerdo entre los dos grandes partidos que fija condiciones para que con independencia de a quien coyunturalmente le convenga se garanticen los debates y bajo unas condiciones tasadas y objetivas. Las reglas siempre son las mismas, los controlan periodistas independentes, no hay monopolios, se celebran en un campus universitario abierto a todos, las campañas de los presidentes no intervienen en nada, ni presionan ni quitan ni ponen periodistas ni condicionan el formato. No está mal mirar a quienes inventaron los debates televisados. El primero, en 1960, lo ganó Kennedy frente a Nixon. Se recuerda poco el contenido de fondo. Pero no se olvida que un Kennedy maquillado, bronceado, con traje impecable y tono seductor vapuleó a un Nixon que se negó a maquillarse, ofuscado en su silla y sudando como un patibulario. Desde entonces los debates televisados son un show. Pero entre un circo de tres pistas y una sesuda sesión de psicoanálisis político hay mucho margen y la obligación de la democracia española es encontrar ese espacio que prestigie al sistema y ayude a los ciudadanos a decidir su voto con garantías.

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