Carcaça | Crítica de danza

Un alarde de energía tribal

Los magníficos bailarines de la compañía portuguesa en una de las muchas escenas corales.

Los magníficos bailarines de la compañía portuguesa en una de las muchas escenas corales. / José Caldeira

Un sencillo linóleo blanco en el suelo y dos músicos (tambores a la izquierda y música electrónica a la derecha) es lo que necesitan los nueve bailarines de Marco Da Silva Ferreira para bailar como posesos durante casi hora y media.

Carcaça es el primer espectáculo que visita Sevilla de este joven coreógrafo portugués que empezó en el mundo de la natación para enrolarse después en compañías de danza tan punteras como la de Hofesh Schecter.

Pero hoy su trabajo está lleno de referencias a su país y a sus relaciones con África. Su danza es como el resultado de un cóctel en el que no se adivinan muchos de los ingredientes porque la mezcla, el mestizaje es su esencia.

Da Silva habla de identidad y de comunidad, aunque hay mucha más comunidad en Carcaça. Una comunidad hecha de cuerpos diferentes, de mallas distintas, de saltos, de juegos de pies, de danza house, y de un folklore –ese folklore del que se apropió Salazar, como nuestra sección femenina- en el que él introduce la noción de improvisación y de caos. El ritmo se mantiene tan alto y hay tan pocas rupturas, tan pocos silencios, que a veces el espectáculo se vuelve monótono.

También hay mucho pasado en esos cuerpos tan presentes y tan poderosos. Incluso cantan una canción protesta que habla de claveles, de que “la carestía y el desempleo son los cañones que nos matan”, de que “los muros también caen”.

Y junto a una iluminación impecable, un prurito esteticista que prima la belleza de cada cuerpo y del conjunto, hermoso tanto en ovillo como en hilera horizontal o avanzando por el suelo.

Al final, el grupo se hace compacto y en un alarde de energía tribal y de generosidad, los nueve bailarines, atléticos, heroicos, bailan juntos hasta la extenuación. Porque si vivimos en un mundo en donde todo se mide, se escatima, se cobra y se vende, en unos territorios donde cada día se levantan más muros, tal vez estas ofrendas de energía desmedida que caracterizan al arte sean lo único que los pueda derribar.

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