Esperando a Godot | Crítica de teatro

La espera como único destino

Manuel Asensio y Jerónimo Arenal en una escena de 'Esperando a Godot'.

Manuel Asensio y Jerónimo Arenal en una escena de 'Esperando a Godot'. / José Ángel García

Tras 40 años de trabajo y sin nada que demostrar ya, Atalaya, la compañía de los grandes montajes, la de las escenografías más dinámicas y los coros más espectaculares, con Esperando a Godot vuelve al teatro pobre. Ese del que habla Grotowsky y que no necesita nada más que actores.

Pero actores con el peso y el talento de los que han asumido el reto que planteó Samuel Beckett con la publicación de esta ‘Tragicomedia en dos actos’ en 1952. Una pieza en la que no sucede nada en ninguno de sus actos.

En un escenario presidido por el árbol en el que los dos protagonistas pretenden suicidarse, y lleno de zapatos viejos y abandonados, símbolos de todas las guerras, la pareja formada por Manuel Asensio y Jerónimo Arenal resulta sencillamente extraordinaria. Dos hombres que lo han perdido todo salvo unas ráfagas de esperanza y que, en medio del desamparo, solo se tienen a sí mismos. Seres humanos tan vulnerables como tantos en el mundo actual, especialmente tras la pandemia.

Con un ritmo que no decae en toda la obra, los actores van poblando los complejos diálogos beckettianos de pequeñas y continuas acciones y de una gama infinita de matices que la acercan desde el absurdo al mundo real actual. Frente al poderoso Asensio-Vladimir, Estragón-Arenal ofrece toda la ternura y las ganas de jugar del payaso blanco y del niño consiguiendo la risa del público en más de una ocasión.

A su larga experiencia actoral, se unen en ellos influencias como las de Oliver Hardy (el Gordo) y Stan Laurel (el Flaco), Kantor o el mismísimo Valle Inclán, cuyas Divinas Palabras (una segunda versión) será el próximo estreno de Atalaya.

Así, esos intentos de suicidarse juntos en el árbol con una cuerda demasiado pequeña presentan la misma ironía tragicómica de la que hace alarde Max Estrella en Luces de Bohemia, cuando quiere quitarse la vida junto a su mujer y su hija “con cuatro perras de carbón”.

Por otra parte, la sabia dirección conjunta de Sario Téllez e Iniesta deja la obra en su pura esencia, sin adornos de ningún tipo, pero la llena de pequeñas sorpresas, como la de intercambiar los papeles de los personajes principales, Vladimir y Estragón, con los de Pozzo y Lucky, de los que unas igualmente magníficas Marga Reyes y Aurora Casado llevan a cabo una más que notable creación.

Al final, fueron muchos y sinceros los aplausos porque, a pesar de la dureza de la obra, la versión de Atalaya es una auténtica delicia.

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