Hamvito | Crítica de danza

La danza, un verdadero hogar

Los tres protagonistas de 'Hamvito', anoche, en el escenario del Cortijo de Cuarto.

Los tres protagonistas de 'Hamvito', anoche, en el escenario del Cortijo de Cuarto. / Lolo Vasco

Ya en su recta final, el Festival de Itálica acogió anoche en el Cortijo de Cuarto el estreno de Hamvito, de Teatro del Velador, una compañía cuyo director, Juan Dolores Caballero, lleva años apostando también por la danza en todas sus vertientes.

Según cuenta él mismo, este espectáculo surgió de la lectura de La poética del espacio, de Gaston Bachelard, un libro inspirador que reflexiona sobre los distintos espacios (interiores y exteriores) que habitamos desde nuestro nacimiento y sobre los sentimientos de acogida o de rechazo que nos provocan.

Reflexiones que en Hamvito tienen lugar en un espacio vacío por lo que son los cuerpos, los de sus tres magníficos bailarines (un hombre y dos mujeres), los encargados de expresar, sin un desarrollo dramático de ningún tipo, todos esos sentimientos.

Una sucesión de escenas que están impregnadas, eso sí, del rico imaginario del director, capaz de retar a sus intérpretes proponiendo situaciones tan teatrales y tan suyas como la del tierno paso a dos del hombre con una enana o el ensayo de una pareja de baile en el que el diálogo –dicho en playback y en inglés- se mezcla con el vocabulario, en francés, de la danza clásica.

Característico de su teatro de marginados es también el uso de las muletas, los únicos elementos que se utilizan, junto con una barra de danza y un imaginativo vestuario, para abrir, con sus límites, nuevas vías de expresión.

El espectáculo, pues, descansa en las coreografías de estos tres artistas, dos de los cuales conocen bien el trabajo de la compañía por haber trabajado en sus últimas piezas –La cocina de los ángeles y Les vieux-, estrenadas precisamente en este festival, en 2019 y 2021 respectivamente. Coreografías que, pleonásticamente, se mueven siempre en torno a la danza, bien sea como espacio interior, como el hogar más primigenio de los deseos y las aspiraciones, bien como elemento relacional y de acercamiento al otro.

Porque no cabe duda de que, para el veterano y estupendo Raúl Heras, formado en casi todos los estilos y con experiencia en numerosas compañías internacionales, la danza se encuentra en el centro de su vida. Y lo mismo puede decirse de Renata Edison y de Ale Delavi, casi siamesas en una de las escenas.

El otro soporte de este sencillo y lucido trabajo es sin duda la música del chelista y compositor Sancho Almendral, especialmente en los fragmentos protagonizados por el violonchelo. Una música que se vuelve melancólica cuando se trata de rebuscar en la casa interior, altamente dinámica en las escenas sociales o inquietante (con la inclusión del teclado) en las escenas más teatrales o visionarias.

Con todo ello, la pieza mantiene un tono más estético y mucho menos sombrío del que utiliza habitualmente el Velador. Como si hubiera sido dictada por el simple placer de bailar y de jugar con el baile de los demás.

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