Musas de Machado | Crítica de teatro

Poemas contra el olvido

Los tres protagonistas de 'Musas de Machado'.

Los tres protagonistas de 'Musas de Machado'. / M. G.

Que Antonio Machado es uno de los más grandes poetas que ha dado España es algo que nadie pone en duda. Nadie que lo conozca, claro está, porque los tiempos que vivimos son, desgraciadamente, poco proclives a la poesía.

A pesar de la dictadura, el maravilloso disco que compuso Joan Manuel Serrat en 1969, poniendo música a algunos de sus poemas, hizo que toda una generación se los aprendiera de memoria y aprendiera a amar al poeta en toda su grandeza. Por eso debemos saludar siempre con gratitud cualquier acción dedicada a reavivar su recuerdo y a dar a conocer a los más jóvenes su vida y su poesía.

Musas de Machado es eso justamente, un acto de amor al poeta sevillano –aunque vivió en Sevilla solo hasta los ocho años- expresado en forma escénica por la actriz Natalia Erice, Inma la Carbonera, algo más que una buena cantaora, y José Luis Montón, un guitarrista y compositor que ha logrado encajar en distintos palos del flamenco -sin gran esfuerzo, según él- la palabra poética y extraordinariamente musical de don Antonio.

Este, curiosamente, al contrario de su padre, el folklorista Demófilo y, sobre todo, de su hermano Manuel, autor de muchos de los cantes que hoy se escuchan, nunca se interesó por el flamenco. “… Guitarra del mesón de los caminos / no fuiste nunca, ni serás, poeta”, escribió.

Dirigida por la propia Erice, la pieza no presenta grandes ambiciones escénicas, aunque sí un didactismo muy útil para atraer a las nuevas generaciones a la lectura de un poeta bastante olvidado en la época actual.

Su estructura es la de un recital en el que una sencilla narración en primera persona, en boca del espíritu del propio poeta, se va alternando con unos cantes modulados con gran sensibilidad y con una guitarra que vuela con imaginación y una total libertad durante toda la obra, atreviéndose incluso a cantar él mismo los versos de “Tu poeta”.

Así, con unos textos escritos por Lara Carrasco a partir de la autobiografía de Machado y de algunas de sus cartas (a Unamuno, a Juan Ramón…) se parte de la infancia, de sus “recuerdos de un patio de Sevilla” para viajar pronto a Madrid, a la Institución Libre de Enseñanza, con sus primeros poemas y, más tarde, como profesor, a Soria.

En la ciudad castellana se enamora, se casa y conoce el dolor por la muerte de su joven esposa Leonor (con una dolorida Inma que le canta al olmo viejo “… Mi corazón espera / también hacia la luz y hacia la vida / otro milagro de la primavera”).

Sigue contando Machado (su espíritu) cómo de Soria, donde nació su mejor obra, Campos de Castilla, se fue más muerto que vivo a Baeza y de allí volvió años después a Segovia, donde su corazón despertó de su letargo con una nueva musa: Guiomar (o lo que es lo mismo, Pilar Valderrama).

Hace hincapié la directora en los acontecimientos más sentimentales: la tuberculosis de Leonor, su alegría al llegar la República y su horror ante la guerra. Oímos El crimen fue en Granada, un poema escrito en 1937 para su amigo Federico, asesinado un año antes, y conocemos paso a paso su angustiosa salida de España en enero de 1939 junto a su anciana madre, para morir un mes después en la localidad francesa de Colliure.

Emocionantes recuerdos para los devotos de Machado y un acicate para que, los que aún no lo hayan hecho, se animen, lean sus poemas en soledad y sepan lo que es un poeta.

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