PP y PSOE tienen el antídoto contra los populismos

La política española sólo se entiende desde la discrepancia frontalLos dos grandes partidos deben empezar a ensayar pactos establesMañueco cierra su Gobierno con Vox sin explicar el acuerdoEl efecto Feijóo: el PP se dispara cuatro puntos en el CIS

PP y PSOE tienen el antídoto contra los populismos

PP y PSOE tienen el antídoto contra los populismos

España fue durante años el reino del bipartidismo y parecía que todo iba bien. El turnismo entre progresistas y conservadores liberales, al estilo de la restauración borbónica, consolidaba un país en paz, predecible y, aparentemente, alejado de estridencias ajenas a un sistema, de facto, cerrado. Comprobado en qué se ha convertido la representación pluripartidista en los últimos años, parecería que aquella rotación a dos era el summum de la cuadratura democrática. Pero no lo era. De hecho, muchas de las dificultades que arroja hoy el sistema hunde sus raíces en las incapacidades del PSOE y el PP tanto para comprender muchas de las nuevas demandas y urgencias de la sociedad y darles respuestas concluyentes como en su falta de voluntad para entenderse y haber consensuado un conjunto de leyes y acciones de Estado llamadas a perdurar en el tiempo.

Cuando llegó el momento -perfectamente democrático, legítimo y aparentemente regenerador- de la atomización, con la irrupción de Cs, Podemos y Vox, ambos partidos debieron haber entendido cuáles eran los riesgos. No lo hicieron. La política española no es colaborativa. Sólo se entiende desde la discrepancia descarnada. Si exceptuamos la Transición española, un tiempo fundacional tras cuarenta años de dictadura, y con algunas excepciones posteriores, es lo que hemos vivido las últimas décadas. Ni siquiera el peor atentado terrorista que ha sufrido España (11-M), las sucesivas crisis económicas o una pandemia que se ha cobrado más de 100.000 muertos habilitaron espacios para el pacto y la concordia.

Populismos y el voto del pueblo

Los populismos existen porque hay muchos ciudadanos que están en la exclusión, en el límite del sistema o que se sienten extramuros del mismo debido a sus condiciones de vida. Adjudican la responsabilidad a los partidos tradicionales. Tienen poco que perder. Su voto está en almoneda para quien les prometa un futuro. Pero el populismo no es en sí mismo una ideología, es una estrategia que lleva aparejada una serie de tácticas, herramientas y mensajes destinados a manipular a la opinión publica y alcanzar el poder. Ante este fenómeno los partidos tradicionales se mueven mal o peor. Porque, además, los populistas han movido los ejes clásicos del debate político. La dicotomía es su mejor aliada, sin complejidades: los de arriba contra los de abajo, el pueblo contra las élites, la regeneración contra la corrupción, lo nuevo contra lo viejo. Y así hasta el infinito.

Pues bien, ya tenemos instalado el populismo en España. A izquierda y derecha. Y ni aun así parece que PSOE y PP se den por avisados. Siguen cómodamente instalados en sus noes. Cierto que una buena parte del electorado del PP prefiere a Vox al PSOE. Y muchos socialistas prefieren a Podemos antes que al PP. Pero a los electorados también se les educa. Porque, mientras, las cosas suceden: el PSOE necesita a UP para gobernar y requiere de los apoyos de ERC, Junts, Bildu, PNV y otros grupos menores. Y el PP ya ha tenido que pagar el fielato de la ultraderecha para gobernar en Castilla y León.

Que gobierne el más votado

Durante estos años no han sido capaces de pactar acuerdos sencillos, fácilmente entendibles por la gente, como por ejemplo un pacto para que gobierne el más votado, en la institución que toque. Un mantra que han repetido los dos partidos en distintas etapas pero sin la voluntad real de renunciar a pactos exóticos y cuestionables con tal de acceder al poder. Acaba de ofrecerlo de nuevo el Gobierno de Castilla-La Mancha justo cuando las encuestas favorecen la reelección de García-Page por mayoría absoluta. Y Feijóo lo reitera. Pero es sólo oportunismo. No lo van a hacer. Tarde o temprano les va a tocar ponerse de acuerdo de verdad. Deberían empezar ya con la gimnasia y a identificar a los líderes capaces de hacerlo.

Feijóo y el CIS

El efecto Feijóo, demoscópicamente, existe. El CIS, tan cuestionado y escorado en todos sus estudios a favor de la izquierda desde que lo dirige José Félix Tezanos, aunque el instituto público no ha escapado de la polémica desde el principio de los tiempos, lo ha acreditado esta semana: la intención de voto del PP se eleva hasta el 27,2%, cuatro puntos más que el mes pasado, lo que coloca al PP a tres puntos del PSOE, que aunque baja casi 1,2 puntos seguiría ganando las elecciones si se celebraran hoy. El efecto de la subida del PP se refleja directamente en Vox, que baja dos puntos y frena su ascenso continuado durante un año. UP se sitúa por debajo del 10%, con su peor resultado desde julio. Como conclusión, el escenario electoral -sin comicios convocados- es que los dos bloques, izquierda y derecha, quedan prácticamente empatados tras una subida fulgurante del nuevo PP.

Es lógico que haya un efecto rebote favorable al PP de la mano de su nuevo líder tras los acontecimientos de los últimos meses. Sus votantes celebran, de esta manera, el fin de la crisis y la recuperación de la cohesión interna; la salida de Casado, en quien sólo confiaban vicariamente; y ratifican su confianza en Feijóo, más sólido, con trayectoria consolidada y al que ven con más opciones de alcanzar el poder. Lo natural sería que un PP predecible y potente le comiera el terreno a Vox, como ocurre en esta encuesta. Pero la realidad, de momento, es otra.

Castilla y León: "Ya lo irán viendo"

De hecho, el sondeo no recoge el impacto de la toma de posesión de Alfonso Fernández Mañueco, como presidente de Castilla y León gracias a una alianza con Vox. Está por ver hasta qué punto le preocupa al electorado del PP las alianzas con Vox, que ya no son una conjetura, sino una realidad. El partido de Abascal tiene ya una vicepresidencia, tres consejerías y, ojo, la presidencia del Parlamento castellano-leonés, con la carga simbólica que conlleva. El mandato no pudo empezar peor, con una comparecencia conjunta de Mañueco y Juan García-Gallardo, de Vox, en el que, con opacidad, se negaron a detallar algunas de las cuestiones más críticas del acuerdo: la derogación del decreto de Memoria Histórica, un plan de cooperación con la Policía para expulsar a los inmigrantes ilegales, la reducción de las subvenciones a los sindicatos y la rebaja de la publicidad institucional a los medios de comunicación. "Ya lo irán viendo", dijo Mañueco. El acuerdo consta de 11 ejes y 32 acciones programáticas. En efecto, iremos viendo.

El verdadero efecto Feijóo

El verdadero efecto Feijóo lo podremos medir cuando sepamos su posición definitiva respecto a Vox. El líder gallego, de momento, navega. Se limita a decir que discrepa del partido de ultraderecha y evita comprometer una entrevista con Abascal. A la vez muestra un pragmatismo fuera de dudas: "Sólo voy a juzgar a los dirigentes políticos regionales por una cosa: por sus resultados electorales". Se verá, pero con lo ocurrido en Valladolid y la evidencia de que el PP renuncia al cordón sanitario con los de Abascal, no es difícil intuir que el PP no renunciará a gobernar España si depende de un acuerdo con Vox. El contorsionismo y la comunicación política dan mucho de sí llegado el momento de explicarlo. Como ha ocurrido esta semana: Mañueco ya ha aceptado la propuesta de Vox-es lógico: necesita sus votos- para diluir la Ley de Violencia de género y por lo tanto relativizar su significado comprometiéndose a tramitar la Ley de Violencia Intrafamiliar que pretendía Vox. Por eso el efecto Feijóo definitivo está por ver. No se trata de un simple y lógico repunte en las encuestas tras un congreso triunfal. Se trata de saber si será el dirigente conservador que incluirá a la ultraderecha en el Gobierno de España o quien la mantendrá a raya. Y esto, con lo que ocurra en Francia en el retrovisor.

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