Tras cuatro años, la iglesia de Santiago vuelve a abrir sus puertas un Lunes Santo como abre las manos el Señor de la Redención, para que todo el que crea en Él se acerque, para todo el que dude encuentre la certeza del mensaje de Dios y para que hasta el que niegue su existencia pueda encontrar el primer paso para sentirse amado por el Padre como un hijo pródigo que vuelve.

La pandemia y el estado de las cubiertas de la iglesia le han robado a Sevilla estos años la luminosidad esplendorosa del día grande de la antigua plaza de López Pintado, ese patio de armas de la orden de Santiago que San Fernando les dio y que queda delimitado por el Palacio de Villapanés, la casa de la Duquesa de Osuna, las casas del Rey de Baeza y la que puede ser una de las iglesias más antiguas de Sevilla según las investigaciones arqueológicas llevadas a cabo aprovechando el cierre por la restauración de su tejado.

Hoy es día grande en la calle Santiago porque todo vuelve a su ser, la memoria traerá el aroma de café del tostadero de la familia Cobo que desde la calle Azafrán daba al barrio una seña inconfundible, volverá el Corral del Conde a ofrecer el frescor de cal de su fachada al paso del beso traicionero que, bajo el Olivo, Judas pone en la mejilla del Señor de la Redención y los naranjos acariciarán en sinfonía de azahares las bambalinas de María Santísima del Rocío cuando asomen por el dintel de la renovada puerta del templo. Colgaduras y pétalos a su paso llenarán de primavera la calle y un olivo buscará la caricia de pretiles y balcones.

Mujeres, hombres y niños de todas las edades se confundirán en esa muchedumbre ilusionada que aguarda siempre bajo el sol en la Plaza de Nuestro Padre Jesús de la Redención la renovación de la cita. Allí estará hoy la voz de los Reguera para mandar los pasos en la tan esperada salida y de nuevo Angelita Yruela, qué ejemplo nos da esta mujer, andará para arriba y para abajo socorriendo urgencias nazarenas mientras busca letras nuevas para esa saeta que cantará al regreso de la cofradía. Estará también el recuerdo de un hombre bueno que acaba de subir al palco privilegiado del cielo para contemplar la salida de su hermandad, Fernando Baquero, ese Hermano Mayor discreto y sencillo que tanto bueno hizo. No faltará la medalla de la pandereta de Cuvillo cuando su hijo, presidiendo el palio, ponga sus ojos en el cielo al salir y vuelva la mirada al Rocío de su vida para decirle que Sevilla vuelve a ser suya.

No, no va a faltar nada. Allí estarán los sones de unas bandas que son orgullo de sus hermanos, la caña de los Santizo, la inmensidad de esa Quinta Avenida que es la calle Lanza de Jose Mari Flores, el geranio que lucha en sombra entre barrotes por caer sobre su palio de malla, el verde y el morado, la caoba y la plata y el bordado, un sol en el tisú de la túnica transfigurada y la caricia de terciopelo de un manto verde que se llenó de sueños cumplidos con el oro y la seda de sus hilos. Estará el móvil en alto, como estuvo en su día la cámara Super8, para que no quede nada sin ser recogido para la posteridad, estará el manojo de globos sin que escapen a volar y estará el abanico ya por fin.

Que no, que no faltará nada. Sevilla está esperando y el Señor abrirá las manos para acogerla amorosamente de nuevo. Ahí estará el Beso de Judas, la Redención o el Rocío, como la quieran llamar. Estuvo con ochenta y nueve nazarenos y estará con más de mil cuatrocientos. Ay, si lo viera Don Eugenio. Unas manos abiertas - "así, así, de esta forma" - tienen la culpa. Y tiene la culpa una cara que es arrebol candoroso, Rocío del Cielo que siempre baja a nosotros, "Paloma de las Marismas que en Sevilla puso nido de amor", arrebato de los que la aman con el corazón de hijo. Una hilera de azoteas que recorta el celeste marcará el camino, calle Santiago otra vez, de nuevo la misma calle que estrecha su ser para abrazarse cada Lunes Santo al Rocío de sus ojos y en la esquina primera un azulejo le dirá al pasar "Ave María". No será un sueño, se consumará la espera, volverán sus vecinos de corrales a ver la cofradía que se hizo mayor desde la humildad de las manos abiertas de su Cristo por el barrio del que tuvieron que irse. Dejó el Guadalquivir sus cantos rodados para ser alfombra de honor a los pies de la iglesia y mandó Gerena el granito que cuadriculara su diseño. Estará la plaza llena. Todo está preparado. Ya queda poco, encamina tus pasos y ve, comprueba que es como te lo digo, que la Virgen del Rocío es hoy, más que nunca, Rocío de Santiago.

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