Más allá del poder

El ciclo político postelectoral debe despejar la gran incógnita: si el PSOE además de alcanzar el gobierno podrá garantizar la gobernabilidad

Alberto Núñez Feijóo celebra con sus votantes los resultados del 23-J.

Alberto Núñez Feijóo celebra con sus votantes los resultados del 23-J. / Alberto Ortega / EP

Feijóoha ganado las elecciones con un resultado que, analizado al vacío, es espectacular: 47 escaños más. Es cierto que hace tiempo que se preveía el subidón: en 2019 el PP había alcanzado su mínimo histórico y solo podía mejorar. Tras el apiolamiento concertado de Pablo Casado y el posterior relevo en el liderazgo por el entonces presidente gallego, sumado al hundimiento final de Cs, la subida era cosa hecha. Sin embargo, ha sido derrotado el PP en el principal y casi único empeño de su tiempo político: acabar con el llamado sanchismo. El PP no ha laminado a la izquierda, no ha habido derrota cultural, no ha enterrado a su líder turbio bajo toneladas de invectivas ni con todo el apoyo mediático, empresarial y demoscópico. Hoy, los populares, paradójicamente, están más lejos del poder que el PSOE. La resistencia rocosa de los socialistas se ha producido por la capitalización del deseo de buena parte de los españoles de frenar a la ultraderecha encaramada sobre el PP antes que por suscitar grandes entusiasmos. Pero la situación les habilita de nuevo para formar Gobierno, mientras que el PP, más allá de Vox y UPN, continúa aislado en una España plural, compleja y multicolor.

Perder ganando

El PP ha perdido ganando por varios motivos. En primer lugar, por creerse que lo tenía hecho. Tras la victoria de Feijóo en el cara a cara solo cometieron errores. Fallaron también en creer que la izquierda fría con Sánchez no iba a salir de su abstención ni iba a reaccionar ante las primeras trapacerías de Vox en los Gobiernos con el PP. Han errado en no tener una estrategia clara respecto a su relación con los ultras: unos días abrazaban a los de Abascal y al siguiente renegaban de ellos. Querer recuperar a los votantes de centro sin tener fugas por el ala más derechista es un ejercicio imposible. Solo puedes cuando tienes a toda la derecha española dentro del PP, como la tuvo Aznar. En una campaña llevando al límite todo lo que se ponía por delante el PP le ha sacado un punto y medio y 300.000 votos al PSOE. ¿La estrategia futura es más crispación y demonización del adversario? Es para reflexionar a fondo.

Ni contigo ni sin ti

Ahora, con tres millones de votantes entregados a Vox, el lío es mayúsculo. Así les va: del entreguismo valenciano al metisaca extremeño pasando por la numantina resistencia en Murcia. Y, por último, les ha fallado algo muy importante: se habían creído a pies juntillas el universo falso que ellos mismos habían prefabricado. A las diez y media de la noche del 23 de julio empezaron a entender que la ETA seguía sin existir y que mucha gente decente que detesta a Txapote había votado al PSOE; comprobaron que los okupas no te quitan la casa cuando vas a comprar el pan y que los inmigrantes no llegan de millón en millón; o que España seguía funcionando con razonables datos económicos y prestigio europeo porque Sánchez no era el ángel negro que habían fabricado. Descubrieron que Correos hizo su trabajo con normalidad aunque aún así trataron de convertir postreramente, en la tarde de la mismísima jornada electoral, una avería en un túnel ferroviario en Valencia en la última conspiración del Gobierno para propiciar un vuelco electoral fraudulento impidiendo votar a 6.600 personas. Vivir en un mundo paralelo tiene eso, que duele mucho la cabeza cuando te chocas con el muro de la realidad.

El PP tiene que contar en el desafío territorial

El PP tiene un serio problema en su incardinación social y política en los territorios donde el nacionalismo pesa. Eso se traduce en problemas de entendimiento de la realidad política y de interlocución. Como consecuencia, anula el camino a posibles pactos y apoyos cuando se trata de articular mayorías. Y ese es un problema para España, que necesita que los dos grandes partidos sean capaces de interpretar correctamente el país en el que viven, aceptando la pluralidad política y sin demonizar a quienes sostienen posiciones políticas diferentes por rechazables o exóticas que sean. No se trata de participar de sus presupuestos ideológicos ni de dejarse devorar sino de reconocerles el derecho a existir y de no imputarles idearios y prácticas que en realidad le son ajenas a muchos de esos partidos. El caso de Cataluña es palpable: aunque ha mejorado su posición, con seis diputados en las Cortes y tres en el Parlament el PP no pesará en la búsqueda de en soluciones al desafío catalán. Hoy no es relevante, algo que no debería permitirse un partido de Estado. Con Vox como socio anunciando el apocalipsis para Cataluña y con el frente popular madrileño empezando a zarandear el árbol de la calle Génova, no tiene un milímetro de espacio para moverse, pero tarde o temprano tendrá que hacerlo si no quiere acabar como un partido mayoritario que, a efectos prácticos, resulte marginal para la búsqueda de soluciones.

Los indultos de Sánchez, error y acierto

Pedro Sánchez había llegado a decir que los indultos de políticos a políticos le causaban vergüenza e incluso llegó a pedir perdón por el indulto de Zapatero a Alfredo Sáenz, ex consejero delegado del Banco Santander. Después, y en un ejercicio de supervivencia, sacó de la cárcel a los condenados por el procés. Una decisión cuestionable, con impacto político y social, y generadora de una sensación de impunidad tremenda cundo solo hacía unos años los indultados se habían encerrado en un parlamento para votar una independencia ilegal y romper España.

Pues la realidad es que los indultos han sido un éxito para Sánchez, el PSOE y el PSC. Esa es la evidencia. Con Salvador Illa el PSC ganó las elecciones catalanas, ha recuperado la alcaldía de Barcelona y ha arrasado en las legislativas en Cataluña, convertido ya en el primer proveedor de votos socialistas. El segundo partido en territorio catalán ha sido Sumar. La suma de partidos constitucionalistas –PSC, Sumar y PP– alcanza hoy casi los 3,2 millones de sufragios (1,7 millones si desagregáramos al PP de posibles pactos futuros), frente a menos de un millón que suman los independentistas. Cierto que en las autonómicas el voto operará de forma diferente. Pero así y todo hay una oportunidad que no se debe desaprovechar para que haya un Gobierno constitucionalista en Cataluña en 2025. Será un paso decisivo para devolver la política catalana a cauces institucionales y razonables. Pese a lo discutible de la reforma del Código penal y los indultos, es obvio que a Sánchez le ha funcionado la estrategia en Cataluña.

Garantizar la gobernabilidad, no solo el Gobierno

La política tiene como primer mandato el ejercicio del poder. Se podrían elaborar cientos de teorías que hundan sus raíces en las definiciones canónicas desde Grecia hasta hoy sobre la relevancia de esta disciplina para organizar las sociedades y gestionar los asuntos colectivos, pero los partidos son organizaciones enfocadas en alcanzar el poder y los políticos participan de ese objetivo como primer mandamiento. Pedro Sánchez tiene posibilidades de renovar la presidencia del Gobierno, al menos posibilidades aritméticas. De hecho, en el marco actual de conversación pública pesa más la aritmética que la política. Se ha reducido la formación de Gobiernos a una suma de posibles antes que a una decisión basada en acuerdos convenientes, compatibles y deseables. El objetivo no debería ser solo el Gobierno, sino la gobernabilidad. Apostar a una coalición aún más compleja y encima cosida por el prófugo de Waterloo, con un Senado controlado por el PP así como la mayoría de comunidades y ayuntamientos más las inestabilidades por venir en el seno de la coalición (Podemos), nadie puede garantizar un Gobierno sólido. Y la pregunta es si es bueno o no para España y los españoles.

Con quién, para qué y hacia dónde

Aunque parezca que solo importa el para qué, el con quién sigue siendo importante y tiene consecuencias porque determina el hacia dónde. A nadie se le ocultan las dificultades y riesgos de constituir un nuevo Gobierno a la sombra del fugado Puigdemont. Ni los autores más retorcidos de juegos de tronos habrían imaginado ese giro de guion. No tiene motivos el PSOE, que ha perdido las elecciones, para la alegría desaforada que muestra. El lenitivo que supone evitar la entrada de la ultraderecha en el Gobierno no oculta el riesgo de tratar de construir una España nueva con quien quiere destruirla. Nadie como Puigdemont encarna la anti España. Puigdemont es el anatema de la España constitucional y a la vez el último recurso del PSOE para seguir en el poder. Amarga paradoja del destino. Junts abandonó el Gobierno de Cataluña acusando a ERC de colaboracionista con el PSOE y ahora se ve en la tesitura de rescatarlo. Es difícil saber cómo y qué se negocia con un prófugo de la justicia que odia lo que representas. Con un tipo que exuda odio a España, que se dejó pelos en el maletero de un coche y que enviará a sus heraldos con propuestas inconstitucionales para abrir boca. Esto no da para reírse. Definitivamente, la política española se ha italianizado pero peor.

Interruptor constitucional

El constitucionalismo de sobremesa, ese que apaga el interruptor de la Carta Magna para suspender de facto los aspectos que no le benefician y que vuelve a activarla para envolverse con ella en la defensa de los principios que le sirven, casi logra imponer la idea de la ilegitimidad de una acción en la que un partido que no siendo el más votado pueda alcanzar un acuerdo mayoritario para formar Gobierno. Es una idea falsa y manipulada, como tanta quincalla de uso en este tiempo político.

Sin embargo, más allá de la legitimidad y de que pueda alcanzar o no una mayoría parlamentaria que le permita seguir gobernando, el PSOE tiene otra tarea pendiente e inexcusable. El socialismo español, necesita un proyecto que no sea la suma posible de las coyunturas. España requiere que el PSOE formule su idea de país y la anteponga a acuerdos que puedan ponerla en riesgo. Lo primero es antes, decía el clásico. El blindaje social y los avances en derechos son buenos ejemplos. Pero la práctica ya ha demostrado que no es posible gobernar tus propios designios cuando se depende de fuerzas que tienen los suyos propios y entran en clara contradicción. La fuerza determinante de sus votos, por pocos que sean, lo modifican todo.

Esta es la España que tenemos

Si la política es básicamente el ejercicio del poder, el sueño predilecto de los partidos es el poder con mayoría absoluta. Pero resulta que vivimos en un país en el que las mayorías están intervenidas por las minorías. Gustará o no, incluso se pueden tener sueños húmedos con el retorno del bipartidismo, pero hoy, España se gobierna en coalición. Los extremos han condicionado al PSOE y al PP. Esta es la realidad y de momento no va a cambiar. Por eso es necesario que sepamos qué quiere hacer el PSOE con España. Que no entendamos su paso por Moncloa como el precipitado de una suma de necesidades, presiones y transacciones. Debe recuperar la vocación de pactos con el PP y la oposición en general. Si no es así, puede seguir gobernando, pero no sabrá hacia dónde va más allá de la legítima obtención del poder. Debe reflexionarlo y contarlo. En este envite todos nos jugamos mucho. La política española necesita recuperar la calma, reducir la polarización, respetar las reglas de juego y precintar el tanque de queroseno.

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