Sueños esféricos

Juan Antonio Solís

jasolis@diariodesevilla.es

El poder galáctico de los realizadores de televisión

Al repetir o discriminar las jugadas, se paren realidades paralelas que no dejan de llorar

El árbitro Alejandro Hernández Hernández habla con Tapia en el Celta-Sevilla.

El árbitro Alejandro Hernández Hernández habla con Tapia en el Celta-Sevilla. / Salvador Sas (Efe)

SI yo fuera dirigente de un club de fútbol, viendo cómo se procesa y digiere cada partido de fútbol a través de las pantallas (las del VAR, pero también las que usan los comentaristas de televisión y radio, ojo), lo tendría clarísimo: hay que crear una cantera de realizadores, gente afín a los colores de vocación audiovisual con el único propósito de ir colocándolos en esos núcleos de poder que ya son los estudios de las cadenas con los derechos televisivos. Lo mismo esta idea disparatada y con una mera intención irónica ya se le ha ocurrido a alguno de los ladrones de cuello blanco que tanta toxicidad inyectan al deporte. Lo mismo la realidad ya supera a mi ficción. Pero ahí va mi consejo.

Si una novela o una película se hace nuestra en cuanto los textos e imágenes son procesados por nuestra mente, lo mismo sucede con un partido de fútbol. Antes, cuando no se televisaban los partidos o se hacía en contados casos, todo se concentraba en el espectador que lo veía en la grada, no había filtro visual interesado. Luego llegaron los montadores de los resúmenes del Estudio Estadio, que fueron como los hombres de las cavernas, los rústicos artesanos de los licenciados que hoy le dan al rebobinado.

Pero el monstruo se ha hecho un coloso en cuanto los horarios se trocearon a la carta, toda la España futbolera enfoca a un solo partido, el que se emita en directo en ese momento, y esos millones de ojos se empapan de lo que el realizador de turno, el compaginador, decida pinchar. Su poder es galáctico ahí.

Y si el realizador repite una sola vez la toma buena de la patada en el área que Manu Sánchez le da a Ocampos y convierte la jugada en una anécdota en la que no merece la pena pararse, y luego en el forcejeo de Jesús Navas con Douvikas repite y congela hasta la saciedad la toma en la que se ve mejor el agarrón del sevillista y margina el del céltico, nos nace una preciosa realidad paralela de tres kilos y medio. Y que, por cierto, no para de llorar.

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