Sueños esféricos

Juan Antonio Solís

jasolis@diariodesevilla.es

La sensatez

Los análisis de cada partido son insoportables por la tendencia a verlos a través de una bufanda

LA sensatez cotiza carísimo en el fútbol profesional. Falta sensatez en el aficionado medio que entra a opinar, y a menudo malmeter, en las redes sociales. Todo lo mira a través de su bufanda, con lo tupidas que son. Claman seleccionando frames con los que denuncian agravios, injusticias, y callan cuando en la réplica, alguien cuelga una acción de similar cariz en el área contraria. Todos los clubes se sienten perjudicados en algún lance. El VAR nos ha dejado una piel tan fina que es imperceptible. Y todo partido nos enerva, claro. La crispación vibra, agota.

No sólo entran a debatir y a pelear hinchas de unos y otros, también los de equipos que de modo indirecto se ven perjudicados por el resultado o que, simplemente, no soportan el dolor de los cristales que anidan en su barriga y deben desahogarse cuando el vecino sale airoso y feliz de un partido.

En el fútbol añejo había árbitros buenos, mediocres y pésimos, como ahora. Solían ser más orondos y, a diferencia de los trencillas actuales, mostraban las tarjetas con raciales manotazos, quizás porque las amonestaciones eran mucho menos habituales que en estos tiempos de “mírame y no me toques”. Y como personas sometidas a las mismas presiones de los poderosos que los de hoy, no lo dudaban si había que administrar mal la justicia a sabiendas de ello: el alcalde de Sevilla era un niño allá por los setenta cuando al madridista Breitner le concedieron un gol tras colar la pelota por el lateral de la red en el Pizjuán. Él no lo olvida, como ninguno de los sevillistas presentes en las gradas aquel día. Pero el ruido se redujo a las conciencias de los perjudicados cuando volvió la rutina.

Hoy, los fuegos son eternos. Hoy, cada partido está trufado de semipenaltis, de penaltis que hace tres meses eran pitados y ahora no. Y tarjetas de una amplia paleta de pantones del amarillo al rojo. Son insoportables los interminables y encrespados juicios de los partidos cuando acaban. Qué encabronamiento. Qué falta de sensatez.

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